miércoles, 16 de diciembre de 2020

No quiero volver a sentir ese miedo

Este año ha sido diferente, demasiado diferente… Hay veces que estamos arriba y otras veces abajo. Hay momentos en los que creemos que podremos con todo y en cambio, otros, nos derrumbamos con nada, ya sea una mala palabra o una entonación diferente. Esto lo que hace ver es que no somos estables. Y no estoy afirmando que seamos inestables… No, porque no lo somos, sino que somos una mezcla de emociones que van y vienen y que no siempre tienen la misma nivelación. Si ya de por sí, en condiciones normales, pasa esto, la cosa se hace aún más intensa cuando ocurren sucesos que nos trastocan por completo. Pero lo que para mí es importante, para otra persona no tiene que serlo, o más bien no lo será.

Cada uno tenemos circunstancias diversas y cada persona dará un valor a una situación que nada tendrá que ver con la de otro porque tenemos vidas que difieren unas con otras. Y esto no quiere decir que una manera de afrontar una situación sea mejor que otra, sino que existen formas de vida y de sobrellevar las consecuencias emocionales.

Uno se cree que nada puede cambiar, que todo lo tiene controlado hasta que ocurre algo, de repente, que lo cambia absolutamente todo. De una seguridad inmensa podemos pasar en cuestión de segundos a un miedo atroz y estoy hablando de los que estamos alrededor de la persona que padece el cambio… por lo que para esa persona que lo está experimentando debe ser indescriptible. La salud, eso que valoramos cuando no lo tenemos o cuando está a punto de perderlo alguien muy cercano.

El hecho de pensar que puedes perder a alguien a quien quieres es horrible, es aterrador y saber los riesgos que puede tener, incluso, es aún mas devastador. Nos educan para ser fuertes, para aparentar pero cuando se trata de algo que duele, de algo que queremos… nos volvemos frágiles y fáciles de destruir.

Una noticia inesperada ante un suceso que se consideraba normal. Obligarle para que le vieran por si acaso… la edad no ayuda puesto que van saliendo algunos achaques. Pero hay que obligarle. No vale eso de “me encuentro mal y me voy a descansar” Y gracias a Dios o quién sea que exista ya, que no lo hizo, que no tomó esa decisión porque sino ahora mismo la realidad sería otra. Sería una maldita realidad en la que él estaría ausente.

Una llamada, un teléfono y unas palabras… Y de repente todo cambió… De repente el mundo se vino abajo. Se derrumbó. Ante el miedo, la incertidumbre, la desinformación… Y pierdes las formas. Te vuelves frágil como si de un jarrón de cristal se tratara y no atiendes a razones. Da igual lo que suceda porque ya todo lo demás te da igual. No sabes a quién acudir o sí… pero coges el teléfono y llamas a esa persona que sabes que necesitas. Y es curioso como el cerebro procesa la información centrándose en lo realmente importante. Y buscas quizá, comprensión en esa persona que sabes que va a estar. La eliges a ella porque sabes que va a responder, porque la consideras mucho más de lo que es, porque te ha visto llorar y pasarlo mal y porque tiene ese matiz de madre con esos consejos entonados de cariño. Pero de una forma u otra, desesperada llamas y encuentras respuesta. Hay personas que te calman, que te inspiran, que te dan paz… Tienen algo que las hace especiales porque forma parte de esa energía que desprenden.

Cuando las cosas surgen de repente, no se pueden planear y todo sale, no quiero decir que mal, pero peor de lo que podría salir si todo hubiera estado organizado. Ante sucesos dramáticos, reaccionamos de manera impulsiva, sin pensar, sólo nos dejamos guiar por instintos. Nos volvemos funcionales porque hay que actuar rápido.

Y temes por su vida, por no haber ido antes, por perderle, por cómo lo estará pasando si es que aún está con nosotros. Temes por tus propios pensamientos que surgen de forma abrupta y no puedes controlar. Quisieras parar de pensar pero no puedes… No puedes tampoco parar de llorar, de incluso, echarle de menos. Necesitas información porque el no tener nada de eso te genera aún más angustia y ansiedad. Y son momentos que revives en otras circunstancias… Los recuerdos olvidados vuelven a resurgir y eso hace que te sientas aún peor. No puedes controlar tu mente aunque lo intentas haciendo verdaderos esfuerzos.

Recuerdas otra vez, de nuevo… y te das cuenta que la vida cambia. Que los mayores miedos son que de repente, así, sin más, la vida se le termine. Que no haya nada más después de ese momento. Que no puedan hacer nada por él… Añadido al aguante personal y paciencia que tienes que tener con esas personas que están porque es lo que se espera pero que, en realidad, ni están ni van a estar. Siempre hacemos determinadas cosas por aquellos a los que queremos, incluso, en contra de nuestros propios principios… Nos convertimos en actores en un escenario complejo pero había que hacerlo y aparentar. No tenía ganas de hablar, no tenía ganas de contestar y menos aún de esperar algo…

Esos nervios que hacen que el corazón lata tan fuerte que parece que se vaya a salir de la boca… Esas miradas que denotan el miedo ante lo que un doctor pueda decir y encima peor aún si es con su propia jerga. Sólo quieres que todo haya ido bien, sólo quieres que tenga futuro vital y es ahí cuando entras a esa sala fría con un desconocido que te hablará y sabes que le tratará como uno más porque es su trabajo, ya no sabes si por vocación o porque el sueldo no está nada mal. Pero ya sea de una forma u otra, te intentas calmar ante los buenos presagios y quieres saber por qué… el motivo. Buscas razones que ahora mismo no pueden darte pero tú las quieres ya y ahora y sabes que no te debes comportar así, pero ya todo te da igual… Sólo quieres “vida”

Y es que sigues teniendo miedos, las horas próximas, la evolución, una llamada… y odias profundamente tener que ser tan intensa y emocional. Odias no ser más fuerte y derrumbarte a llorar constantemente porque el miedo te paraliza porque esto no estaba en los planes, porque nadie pensaba que a él le fuera a pasar y sobre todo porque se le pudo convencer para ir al hospital porque de lo contrario, sé que no estaría ahora mismo con nosotros, jugando con su nieta, con sus ganas de visitar Navafría y llevar comida a los gatos… Ahora mismo no estaría pensando en qué comer mañana o mirando cosas en la tableta… no estaría esperando a que terminara un partido de fútbol para decidir si quiere ver el resumen después en el caso de que gane el Madrid… no estaría aborreciendo ese lugar llamado Starbucks en el que no hay refrescos ni una cervecita… No se echaría sus siestas ni se pondría sus documentales… No se tomaría esas galletas de chocolate, ni sus horchatas…

Si lo hubiera dejado pasar como otras cosas en la vida… ahora la historia no sería la misma. Y es por eso, por lo que puedo decir que este año el mayor miedo que he tenido ha sido perderle a él, ha sido pensar que podría irse… Me he dado cuenta de lo frágiles que somos, de que la vida se puede ir de la noche a la mañana, de que no valoramos las cosas y el dinero sólo es un medio de vida… que no compartimos los sentimientos y no decimos los “te quiero” suficientes, que no hay momentos perfectos sólo momentos en los que nos sentimos plenos, que tenemos que vivir aún equivocándonos… que en esta vida todo vale mientras a nosotros nos haga felices porque de repente un día, sin previo aviso, todo se va…

Y no quiero volver a sentir ese miedo de poder perderle a él… de perder a mi padre.



 

 

 

1 comentario:

  1. Con tu permiso quería decirte que conseguir que yo me emocione es difícil de hecho con los primeros párrafos no lo has conseguido pero cuando has desnudado tus sentimientos y he leído "Una llamada, un teléfono y unas palabras… Y de repente todo cambió…" me ha recorrido un escalofrío recordando a mi padre, él se fue de repente. Que reflexión tan bonita y cuanto nos queda por aprender. Me ha encantado.

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