domingo, 17 de abril de 2016

Porque ya no tengo 18 años...

A veces hace falta ponerse a pensar… A veces hace falta dedicar unos minutos o quizá, un tiempo a uno mismo. A pensar cómo la vida va cambiando y los protagonistas que nos acompañan en el largo o corto camino de la misma vida. Dentro de poco cumpliré años y resulta sorprendente mirar atrás y cómo uno cambia las expectativas y no sólo ya eso, también la forma de entender la vida acorde a las lecciones que los demás nos van dando. Lecciones buenas o malas pero que sirven para madurar.

Recuerdo cómo era y cómo estoy siendo. Recuerdo quiénes estaban y quiénes se alejaron. Recuerdo qué hacía y qué no hacía. Recuerdo lo que me dolía y lo que ahora me mata. Recuerdo lo que quería y lo que ahora tengo. Lo recuerdo todo…  Antes era distinto… Antes no había de qué preocuparse y de repente te pones a pensar, dedicas tiempo a lo que estás o no estás haciendo con tu vida y es entonces cuando surgen las dudas. Dudas con respecto a uno mismo. Dudas con la fortaleza o la debilidad que uno puede desprender.

Vamos creciendo y vamos cambiando. Yo misma noto que he cambiado, no sé si será para mejor o peor… pero sé que no soy la misma porque la edad te va enseñando. Llegas a una edad en la que los demás, a veces, esperan más de ti de lo que tú estás dispuesta a dar. Esperan unos roles que ya están establecidos acorde a la edad que tienes y es que la sociedad es la que empuja. Intentas amoldarte a lo que hay pero para algunos, nunca parece ser suficiente.
Llega un momento en el que la propia vida te va enseñando qué camino elegir. Es la vida la que a fin de cuentas, va pasando. Tengo casi 32 años y en este tiempo que llevo de existencia he aprendido muchas cosas…

He aprendido a caerme y a levantarme. He aprendido a volverme a caer y por alguna razón extraña he contado siempre con personas que me han vuelto a levantar.

He aprendido a amar de verdad, sin tapujos, sin esperar nada a cambio pero también he aprendido a tapar las heridas con parches. He aprendido que todas las personas en algún momento nos acaban haciendo daño, sin querer o queriendo… no lo sé, hasta yo misma lo he hecho. He aprendido a amar con precaución por el miedo al abandono.

He aprendido a valorar cada cosa que tengo y también, a valorar más los momentos con pequeñas compañías que las necesidades o presentes materiales. Ha aprendido a disfrutar más de una charla y un café o merienda que una noche con alcohol.

He aprendido a ser feliz con lo que tengo, tuviera más o menos… He aprendido a ser paciente y a llorar por cuestiones que me rompían el corazón. He aprendido a quererme a mi también… a ser consciente, a madurar. A hablar con humildad… He aprendido a asimilar que de los errores se aprende y que las mayores lecciones vienen de los mayores fracasos.

He aprendido a alejarme de aquellas personas que me hacían daño o que eran tóxicas para centrarme un poco más en mí, puesto que en muchas ocasiones me he abandonado. He aprendido a no fiarme de todo el mundo… He aprendido a no esperar demasiado ni a esperar cosas que yo misma daría de otros.

He aprendido también que la vida puede cambiar en cualquier momento y que no hay que ahogarse en un vaso de agua. He aprendido que las únicas personas que estarán ahí siempre serán aquellas que nos acepten como de verdad somos.

He aprendido que vale más una persona que sea capaz de escuchar  y cuestionarnos que aquella que nos da la razón en todo. He aprendido que la soledad, muchas veces es la mejor aliada y compañera para resolver y poner en orden las diversas circunstancias de la vida porque nos permite pensar sin recibir influencia ninguna.

He aprendido a observar y después de eso, actuar. He aprendido a perdonar cosas imperdonables y a dejarlas en el baúl de los recuerdos. He aprendido que las lágrimas son necesarias para desahogarse y no por eso uno parecer más débil.

Pero lo más importante es que he aprendido que la vida no se para por nadie… He aprendido a darme cuenta que el tiempo va pasando y que hay que disfrutarlo. He aprendido a que una tarde perfecta sea simplemente leyendo un libro o escribiendo… Dando un paseo o tomando algo… He aprendido a esquivar las opiniones negativas de los demás. 

He aprendido a ser mucho más que una talla de sostén o un color de pelo rubio… He aprendido a ser aquello por lo que me brillan los ojos o por lo que sonrío porque realmente me hace feliz.


Y todo esto lo digo porque ya no tengo 18 años…