A veces hace falta ponerse a pensar… A veces hace falta
dedicar unos minutos o quizá, un tiempo a uno mismo. A pensar cómo la vida va
cambiando y los protagonistas que nos acompañan en el largo o corto camino de
la misma vida. Dentro de poco cumpliré años y resulta sorprendente mirar atrás
y cómo uno cambia las expectativas y no sólo ya eso, también la forma de
entender la vida acorde a las lecciones que los demás nos van dando. Lecciones
buenas o malas pero que sirven para madurar.
Recuerdo cómo era y cómo estoy siendo. Recuerdo quiénes
estaban y quiénes se alejaron. Recuerdo qué hacía y qué no hacía. Recuerdo lo
que me dolía y lo que ahora me mata. Recuerdo lo que quería y lo que ahora
tengo. Lo recuerdo todo… Antes era
distinto… Antes no había de qué preocuparse y de repente te pones a pensar,
dedicas tiempo a lo que estás o no estás haciendo con tu vida y es entonces
cuando surgen las dudas. Dudas con respecto a uno mismo. Dudas con la fortaleza
o la debilidad que uno puede desprender.
Vamos creciendo y vamos cambiando. Yo misma noto que he
cambiado, no sé si será para mejor o peor… pero sé que no soy la misma porque
la edad te va enseñando. Llegas a una edad en la que los demás, a veces,
esperan más de ti de lo que tú estás dispuesta a dar. Esperan unos roles que ya
están establecidos acorde a la edad que tienes y es que la sociedad es la que
empuja. Intentas amoldarte a lo que hay pero para algunos, nunca parece ser
suficiente.
Llega un momento en el que la propia vida te va enseñando
qué camino elegir. Es la vida la que a fin de cuentas, va pasando. Tengo casi 32
años y en este tiempo que llevo de existencia he aprendido muchas cosas…
He aprendido a caerme y a levantarme. He aprendido a
volverme a caer y por alguna razón extraña he contado siempre con personas que
me han vuelto a levantar.
He aprendido a amar de verdad, sin tapujos, sin esperar nada
a cambio pero también he aprendido a tapar las heridas con parches. He aprendido
que todas las personas en algún momento nos acaban haciendo daño, sin querer o
queriendo… no lo sé, hasta yo misma lo he hecho. He aprendido a amar con precaución
por el miedo al abandono.
He aprendido a valorar cada cosa que tengo y también, a
valorar más los momentos con pequeñas compañías que las necesidades o presentes
materiales. Ha aprendido a disfrutar más de una charla y un café o merienda que
una noche con alcohol.
He aprendido a ser feliz con lo que tengo, tuviera más o
menos… He aprendido a ser paciente y a llorar por cuestiones que me rompían el
corazón. He aprendido a quererme a mi también… a ser consciente, a madurar. A
hablar con humildad… He aprendido a asimilar que de los errores se aprende y
que las mayores lecciones vienen de los mayores fracasos.
He aprendido a alejarme de aquellas personas que me hacían
daño o que eran tóxicas para centrarme un poco más en mí, puesto que en muchas
ocasiones me he abandonado. He aprendido a no fiarme de todo el mundo… He
aprendido a no esperar demasiado ni a esperar cosas que yo misma daría de
otros.
He aprendido también
que la vida puede cambiar en cualquier momento y que no hay que ahogarse en un
vaso de agua. He aprendido que las únicas personas que estarán ahí siempre
serán aquellas que nos acepten como de verdad somos.
He aprendido que vale más una persona que sea capaz de
escuchar y cuestionarnos que aquella que
nos da la razón en todo. He aprendido que la soledad, muchas veces es la mejor
aliada y compañera para resolver y poner en orden las diversas circunstancias
de la vida porque nos permite pensar sin recibir influencia ninguna.
He aprendido a observar
y después de eso, actuar. He aprendido a perdonar cosas imperdonables y a
dejarlas en el baúl de los recuerdos. He aprendido que las lágrimas son
necesarias para desahogarse y no por eso uno parecer más débil.
Pero lo más importante es que he aprendido que la vida no se
para por nadie… He aprendido a darme cuenta que el tiempo va pasando y que hay que
disfrutarlo. He aprendido a que una tarde perfecta sea simplemente leyendo un
libro o escribiendo… Dando un paseo o tomando algo… He aprendido a esquivar las
opiniones negativas de los demás.
He aprendido a ser mucho más que una talla de
sostén o un color de pelo rubio… He aprendido a ser aquello por lo que me
brillan los ojos o por lo que sonrío porque realmente me hace feliz.
Y todo esto lo digo porque ya no tengo 18 años…