En ocasiones, realizar o tomar una decisión requiere cierto
tiempo… Requiere pensar bien las cosas y sobre todo, si dicha decisión trae
consigo unas consecuencias. Aunque la verdad, es que todo lo que hagamos,
digamos o intentemos tiene consecuencias en nuestro entorno, en nuestras
personas más allegadas y a veces, hasta en nosotros mismos.
Hace un tiempo que llevo dándole vueltas a algo. Meses…
Muchos días… Llegó el verano y se paralizó mi decisión con respecto el llamar a
alguien. En verano, las preocupaciones y
los miedos parecen desaparecer y digo parecen porque, en realidad, siguen
estando ahí aunque se hagan menos evidentes. El calor, el salir por ahí y sobre
todo, el rodearte de gente generan cierta despreocupación… Pero luego vuelves a
Madrid. A ese lugar al que llamo yo pesadilla. Lo llamo así, porque las cosas
no han cambiado desde que me fui, porque todo sigue igual y porque a veces,
cuesta mantenerse a flote en una sociedad en la que lo que importa es lo que
eres… lo que importa es el dinero que ganas para poder gastártelo… lo que
importa es contar al mundo lo bien que a uno le va…
Y la realidad, por mucho que me cueste aceptarla no me
gusta. No me gusta porque no encuentro el espacio o el hueco que debería ya
tener. No me gusta porque, a veces, no me quiero lo suficiente como para
decirme a mi misma que algún día las cosas pueden cambiar. No me gusta porque
para entender algo hay que vivir la situación… Nadie puede entender lo que
supone un divorcio si no lo ha vivido. Nadie puede entender lo que significa
tener un hijo si no lo ha experimentando…
Nadie puede entender la situación, el miedo, la desesperación o
simplemente, la rabia llena de lágrimas de aquellos que día tras día intentamos
ver una luz o un futuro y poder, hacer nuestra vida. Una vida que no sé ya si
la propia vida nos lo ha puesto complicado para seguir adelante. Una vida donde
la felicidad es un valor muy preciado… Una vida, que para ser sinceros, deja
bastante que desear. Tengo grandes personas a mi lado que me dan ánimos y cariño,
amigos que lo darían todo por mí pero el sentimiento pleno de lo que me
gustaría vivir no lo tengo… No lo alcanzo y no sé tan siquiera si lo alcanzaré…
Miras para atrás… y ves, incluso, que la vida era más plena.
Miras el presente y tienes cosas grandiosas, éxitos que has logrado pero que no
te llevan a ningún sitio. Simplemente estás viviendo porque tienes la
obligación de hacerlo. Unos te critican, otros se ríen y otros, ni se esfuerzan
en entender nada. Pocos son los que te dan la mano para después ofrecerte el
brazo. Hay gente que te apoya, te mantiene a flote pero a veces, ni aún con su
apreciada ayuda, es necesario para atisbar cierta esperanza en el día de
mañana. Miro el futuro y no veo nada… O si lo veo es seguir estando como estoy
con más años… Con más peso y sobre todo con desilusión por no poder ni rozar
aquello que necesito, que anhelo y que jamás, llegará.
Es la única faceta en la que me siento vacía… un vacío tan
grande que me genera inseguridad en mí misma, que me provoca temor y que hace
que yo misma cambie… Que cada día tengo la sensación de… sentirme más perdida
en un laberinto cuyo final no encuentro. Pero esto es una pequeña realidad de
mi vida que afecta al resto... Que ya no consigo logros de ningún tipo que me
hagan sentirme, incluso orgullosa de mi misma. Y nadie, aunque demuestre la
calidad de su vida está exento de preocupaciones o miedos. Ninguna vida es
perfecta… Ningún ser humano vive bajo una luz de seguridad infinita aunque la
mayoría intente dar esa imagen…
Y por eso… porque todo pasa factura, porque la desgana, la
impaciencia y los terremotos internos hacen que tal día como ayer, descolgara
el teléfono… Que me acordara de una persona que, quizá me ayude a recordar lo
que puedo volver a ser… Porque a veces no hace falta tocar fondo para darse
cuenta que caes en picado sin paracaídas que frene el golpe final…