martes, 2 de septiembre de 2014

He decidido llamarte

En ocasiones, realizar o tomar una decisión requiere cierto tiempo… Requiere pensar bien las cosas y sobre todo, si dicha decisión trae consigo unas consecuencias. Aunque la verdad, es que todo lo que hagamos, digamos o intentemos tiene consecuencias en nuestro entorno, en nuestras personas más allegadas y a veces, hasta en nosotros mismos.

Hace un tiempo que llevo dándole vueltas a algo. Meses… Muchos días… Llegó el verano y se paralizó mi decisión con respecto el llamar a alguien.  En verano, las preocupaciones y los miedos parecen desaparecer y digo parecen porque, en realidad, siguen estando ahí aunque se hagan menos evidentes. El calor, el salir por ahí y sobre todo, el rodearte de gente generan cierta despreocupación… Pero luego vuelves a Madrid. A ese lugar al que llamo yo pesadilla. Lo llamo así, porque las cosas no han cambiado desde que me fui, porque todo sigue igual y porque a veces, cuesta mantenerse a flote en una sociedad en la que lo que importa es lo que eres… lo que importa es el dinero que ganas para poder gastártelo… lo que importa es contar al mundo lo bien que a uno le va…

Y la realidad, por mucho que me cueste aceptarla no me gusta. No me gusta porque no encuentro el espacio o el hueco que debería ya tener. No me gusta porque, a veces, no me quiero lo suficiente como para decirme a mi misma que algún día las cosas pueden cambiar. No me gusta porque para entender algo hay que vivir la situación… Nadie puede entender lo que supone un divorcio si no lo ha vivido. Nadie puede entender lo que significa tener un hijo si no lo ha experimentando…  Nadie puede entender la situación, el miedo, la desesperación o simplemente, la rabia llena de lágrimas de aquellos que día tras día intentamos ver una luz o un futuro y poder, hacer nuestra vida. Una vida que no sé ya si la propia vida nos lo ha puesto complicado para seguir adelante. Una vida donde la felicidad es un valor muy preciado… Una vida, que para ser sinceros, deja bastante que desear. Tengo grandes personas a mi lado que me dan ánimos y cariño, amigos que lo darían todo por mí pero el sentimiento pleno de lo que me gustaría vivir no lo tengo… No lo alcanzo y no sé tan siquiera si lo alcanzaré…

Miras para atrás… y ves, incluso, que la vida era más plena. Miras el presente y tienes cosas grandiosas, éxitos que has logrado pero que no te llevan a ningún sitio. Simplemente estás viviendo porque tienes la obligación de hacerlo. Unos te critican, otros se ríen y otros, ni se esfuerzan en entender nada. Pocos son los que te dan la mano para después ofrecerte el brazo. Hay gente que te apoya, te mantiene a flote pero a veces, ni aún con su apreciada ayuda, es necesario para atisbar cierta esperanza en el día de mañana. Miro el futuro y no veo nada… O si lo veo es seguir estando como estoy con más años… Con más peso y sobre todo con desilusión por no poder ni rozar aquello que necesito, que anhelo y que jamás, llegará.

Es la única faceta en la que me siento vacía… un vacío tan grande que me genera inseguridad en mí misma, que me provoca temor y que hace que yo misma cambie… Que cada día tengo la sensación de… sentirme más perdida en un laberinto cuyo final no encuentro. Pero esto es una pequeña realidad de mi vida que afecta al resto... Que ya no consigo logros de ningún tipo que me hagan sentirme, incluso orgullosa de mi misma. Y nadie, aunque demuestre la calidad de su vida está exento de preocupaciones o miedos. Ninguna vida es perfecta… Ningún ser humano vive bajo una luz de seguridad infinita aunque la mayoría intente dar esa imagen…

Y por eso… porque todo pasa factura, porque la desgana, la impaciencia y los terremotos internos hacen que tal día como ayer, descolgara el teléfono… Que me acordara de una persona que, quizá me ayude a recordar lo que puedo volver a ser… Porque a veces no hace falta tocar fondo para darse cuenta que caes en picado sin paracaídas que frene el golpe final…