martes, 13 de agosto de 2013

El último soplo de tu corazón


Con lágrimas en los ojos, observando todo lo que sucede alrededor. Mirando al vacío y evitando mostrar mi interior ante el acontecimiento sucedido. No lo esperaba y a día de hoy tampoco lo concibo o quizá, asimilo. Deberán ser los días los que hagan que la realidad vuelva a ser como era. Deberá ser el paso del tiempo para que, incluso, mi familia más próxima que son mi padre y mi madre, puedan también asimilar lo que está pasando.

Todo ha sido muy rápido y lo cierto, es que cuando perdemos a alguien cercano se nos vienen pensamientos e imágenes de los últimos momentos vividos a su lado. Instantes que de no ser por la pérdida no vuelven a aparecer. Son los recuerdos los que sin llamarlos aparecen de repente. Son momentos compartidos entre los que existen buenos y malos pero al fin y al cabo momentos que hacen que se queden para siempre en el interior de cada uno.

Recuerdo aquella despedida… Tenía la impresión que debía decirla cosas que, hasta ese momento, no me hubiera atrevido a decirla. Palabras que salían de mi corazón, palabras que nunca la había dicho pero que en ese hospital, en esa noche salieron de forma natural. Palabras que sabía que serían una despedida, un adiós y lo cierto, es que a día de hoy cuando ya no está, siento un vacío interior enorme porque ella era la única abuela que me quedaba y casi la única a la que conocí. Una abuela con la que de pequeña tuve gran relación pero a medida que me fui haciendo mayor, eso cambió. Me volví más despegada no teniendo esa cercanía de entonces. No se trata de pensar en lo que hice o no hice pero la verdad es que me encuentro en un momento un tanto delicado porque no me hago a la idea de que ya no esté aquí, de que se haya ido. No concibo que descanse bajo una tumba de mármol enterrada junto a su marido, es decir, el que fue mi abuelo y no conocí.

Ayer, entrando en el coche de acompañamiento el cual iba detrás del coche fúnebre… Ayer, sacando el ataúd de ese mismo coche… Miraba, lloraba y pensaba. No conocía apenas a la familia de mi padre en Esquivias. La gente se acercaba, me recordaban de cuando era pequeña mientras que yo a ellos no. Una misa, unas palabras y después de camino al cementerio. Ladrillos y cemento para dejarla por siempre descansar junto a su marido que murió hace 47 años. Dos coronas encima de su lápida, una de la familia y otra de la empresa de mi padre. Ahí reposará y nunca más la volveré a ver… Ahí quedará y será un recuerdo para todos los que allí estuvimos.

Me siento apenada, disgustada y sobre todo, dolida por saber que no volverá a estar. Hablo como nieta y el significado de su muerte supone para mí un sentimiento de vacío porque fue la única abuela en vida que tuve. Ya no podré ir a verla a la residencia, ya no se podrán celebrar su cumpleaños, motivo por el que toda la familia nos reuníamos, ya no sentiré esas preguntas incómodas sobre bisnietos que ella me hacía… Ya no habrá nada. Y aunque todos hemos pasado por estas cosas con otras personas cercanas cuando se trata de alguien tuyo, de alguien que te toca el corazón, se vive de forma más intensa.

Es la vida la que pasa sin apenas darnos cuenta, pero ella puede estar orgullosa de los dos hijos que deja y de las dos nietas que llevan su sangre porque de ella he aprendido a lo largo de mis 29 años, que pase lo que pase hay que ser fuerte, hay que sobreponerse a las situaciones complicadas y sobre todo, que hay que luchar puesto que ella lo hizo, hasta el último suspiro de su vida.  Eso es lo que me llevo de ella. A partir de aquí no queda más que hacerme a la idea y de despedirla por siempre mientras se me resbalan lágrimas por los ojos.

Hasta siempre abuela. Hasta siempre Orencia Portero Martín.