martes, 29 de julio de 2014

Mi ignorancia, mi felicidad.

Hace unos días, me levantaba temprano como cada mañana. Hace unos días pensaba sobre lo que tengo o no tengo, sobre lo que he tenido o lo que he perdido… Hace unos días, reflexionaba sobre mi vida y más particularmente, sobre la felicidad. Me hacía esa pregunta o me dio por pensar en ello cuando llegas a casa, y te pones cómoda. Cuando llegas a casa y te quitas todo aquello que te hace realmente ser tú. Es decir, te muestras tal y como eres… Sin la máscara, que a veces, hay que dar a los demás. Sin la máscara que lleva consigo una sonrisa, a veces, forzada. Una máscara que desprende una imagen que no es la real. Que no es la que siento.

Me puse a pensar… miré en mi interior y me di cuenta que cada persona, cada individuo y es más, cada ser humano, tiene una concepción diferente de la palabra felicidad. Los miedos, las angustias y el no saber qué pasará mañana es algo que va quitando peldaños hacia la meta de la felicidad. Siempre he dicho que la vida es un cúmulo de esferas, las cuales deben estar completas para poder sentirte entero, para no sentir un vacío que se extrapola al resto de las esferas y que, obviamente, influye. Quieras o no, siempre influye.

El miedo, esa emoción negativa, ese sentimiento que a unos paraliza y a otros, hunde… La angustia, eso que hace que genere nerviosismo y que, añadido a la falta de seguridad en uno mismo, hace que se vaya haciendo cada vez mayor. Todos hablamos de nosotros, todos decimos que estamos bien, en la mayoría de los casos a no ser que hablemos con personas muy cercanas… Pero y ¿la verdad? ¿La realidad? 
Todos, absolutamente todos, tenemos miedos… Tenemos incertidumbres y nos sentimos perdidos en alguna ocasión o en varias a lo largo de nuestra vida. Y no es que uno sea menos fuerte sino que la acumulación de las emociones negativas dan lugar, con el paso del tiempo, a desconfiar, incluso de uno mismo.

La vida avanza… los sueños se caen… el entorno te empuja… las palabras se clavan… y cuesta, y mucho, poder verse por dentro… Poder recordar aquellas cosas buenas. No me gusta depender de nadie… No me gusta. No me apetece ponerme a pensar y tan siquiera hablar de determinadas cosas… Ya no me apetece…  

Observas…  te comparas… y ves que no puedes llegar o no has logrado ni por asomo aquello que en el pasado pensabas. Aunque parezca ridículo, me miro al espejo y ya no veo a aquella chica de años atrás llena de ambiciones, de expectativas y de ganas por luchar. Ahora veo a alguien que ni siquiera reconozco. Ahora veo que yo también he cambiado… Que todos cambiamos a lo largo del tiempo. Que son muchas las personas las que hablan de uno y pocas las que, realmente, se interesen. Que son muchos los que te preguntan para curiosear y sé que al escribir esto aquí me vuelvo vulnerable… Pero la verdad es que ninguna vida es perfecta a pesar de que, por desgracia, haya tantas personas que intenten aparentar esferas que llevan vacías desde hace tiempo siendo su mayor preocupación el reflejo material y popular que pueda desprender en el resto…

Con esto, quiero decir que como persona que soy cuento con emociones negativas que pasan por mi cabeza, por momentos felices que me hacen sentirme bien, con compañías que me hacen recuperar durante esos instantes la confianza en mí misma, y sobre todo, siento todo esto porque estoy viva… con días buenos y malos. Con días peores y mejores. Con días que necesito más constancia en mis pensamientos pero al fin y al cabo, días que debo vivir a veces bien y a veces, mal.

Y es por eso por lo que también ayer cuando acudí al médico para los resultados de unas pruebas, dicho médico me propuso una opción de conocer la probabilidad de desarrollar una enfermedad cuyo nombre desde hace ya 5 años me da pánico pronunciar… En mi interior pensé… Mi ignorancia es mi felicidad… A veces el mejor estado de la vida es ser un ignorante o aparentar serlo… Es decir, ponerse una máscara que hace que todo de cara a la galería parezca mucho más fácil…


miércoles, 2 de julio de 2014

Días y días...

A medida que va pasando el tiempo y sobre todo los años, es cuando vamos conociendo a las personas. Vamos conociendo la verdadera identidad del ser humano, vamos viendo lo qué hay alrededor y lo que es peor, la valoración que otros hacen de nosotros mismos.

La sociedad sin querer y debido a las exigencias actuales, obliga a valorar a las personas por lo que tienen y no por lo que son, realmente. ¿Cuántas veces hemos oído que alguien merece más respeto porque desempeña la profesión de cirujano o que alguien sale con un abogado? ¿Cuántas veces se pregunta qué es o no es una persona? ¿Cuántas veces la sociedad por no desempeñar un papel o un rol laboral te deja atrás y careces de valor humano porque no produces, porque no tienes una función específica? ¿Cuántas veces te encuentras con personas que albergan una prepotencia absoluta porque consideran tener cierto poder por el desempeño de su profesión? ¿Cuántas veces alguien te descalifica con aquello que más daño te puede hacer?

¿Cuántas? Y en todo esto, hay que recordar que más allá de lo que uno gane, de lo que uno tenga, del coche que se haya comprado o la casa más ostentosa que podía tener hay algo más detrás…  Me voy dando cuenta cómo el ser humano está cuando quiere estar y con quien quiere estar. 

Sin querer o de forma inconsciente ponemos etiquetas a  las personas: Pedro “el médico”, Lucía “la arquitecta”, José “el taxista”, Manolo “el albañil”… Los definimos por su profesión, pero ¿y aquellos que actualmente se encuentran parados?  ¿Aquellos que encima de estar como están deben aguantar palabras malsonantes y recibir mofas y puyas? ¿Qué pasa con esos? Es muy fácil descreditar con palabras como “el parado”, “el vago” o “el que no hace nada”. Me doy cuenta que hoy en día valores como la belleza, el materialismo o simplemente, la arrogancia son los que más prevalecen.  

En cambio otras cualidades como la escucha son las que apenas existen. Es más, ¿por qué hoy en día se ha producido el auge de los psiquiatras? Miro a mi alrededor y en cuestión de días, he podido ser consciente de que personas que desprestigiaban y llamaban “locos” a esos profesionales resulta que llevan años yendo a sus consultas y ocultándolo… Miro a mi alrededor y veo que existen personas que sin apenas tener confianza son capaces de contar sus mayores penas y decepciones… Miro a mi alrededor  y me encuentro a mi misma escribiendo en mi blog pensamientos… Opiniones y sensaciones. Mías sólo mías.

Y ¿por qué lo hago? Porque muchas veces, siento esa necesidad de expulsar todo aquello que me ahoga por dentro. Porque detrás de cada entrada. Detrás de cada palabra o frase hay algo más. Porque hay veces que la situación y lo que llevas dentro y te aflige se va de las manos y necesitas expulsarlo.

Hace unos días me fui al pueblo… A mi pueblo. Navafría. Y lo hice para despejarme, para despreocuparme unos días del agobio, del insomnio, del miedo y sobre todo, de la incertidumbre de muchas de las situaciones de mi alrededor que me hacen sentirme ahogada. Miro a mi alrededor y hay veces que me cuesta interpretar cierto papel de esperanza o de seguridad. Y no es que no pueda hablar de ciertos temas, pero sí que es verdad que cuando hablo de ellos, no puedo evitar llorar. No puedo evitar ocultar la desesperanza que ya se alberga en mi interior. Y cuesta… Cuesta mucho… Cuesta demasiado no querer hablar de ciertas cosas pero también cuesta callarlas porque el arrastre se va acumulando.

Intento disimular, que no se noten los malos días. Y si esos malos días están, simplemente me callo y espero a que el día siguiente sea mejor que el anterior.

Es decir, en muchas ocasiones, existen días donde los nervios están a flor de piel y otros donde la templanza prevalece. Pero de una forma u otra, aunque existan personas que ayudan y apoyan, porque las hay, es cierto, que cuesta poder expresar con palabras las emociones y las reacciones ante burlas o palabras hirientes de los otros que se encuentran en esferas diferentes. No hablo de prepotencia… No hablo de comportamientos, simplemente hablo de días malos en los que callas porque para qué añadir más palabras a días que deseas que pasen pronto. Días en los que notas que no encuentras un lugar donde ubicarte en la sociedad en la que estás obligado a vivir. 

Días y días…