domingo, 9 de septiembre de 2012

En lágrimas de ayer


Hay veces en las que no nos salen las palabras correctas, las frases adecuadas. Hay veces que no somos conscientes de nuestro entorno, de nuestra familia, de lo que tenemos a nuestro alrededor. Nos limitamos a pensar que lo que a otros les sucede, a nosotros no nos va a pasar. Otros sufren, otros lloran, otros sienten dolor, pero siempre creemos que se trata de otros… Criticamos, herimos, fallamos y hasta inventamos. Pero siempre pensamos que a nosotros no nos va a tocar, que cada uno de nosotros somos especiales, únicos, y lo cierto, es que es con el tiempo, cuando aprendemos esto.
Creemos incluso, que el enemigo es alguien que está fuera de casa, pero cuando uno abre los ojos y ve y acepta que nada es lo que era, que nada queda ya de lo que yo creía que había, que no queda cariño, no queda amor, no queda comprensión. No queda nada… Sólo queda indignación y rabia.

Voy cumpliendo años y he perdido ya cualquier inocencia que me quedara por el camino. Me he apartado de aquellas personas que me herían y hasta he aprendido del dolor, del llanto y de la ira. He aprendido a dejar parte, incluso de mi bondad a un lado, para poder vivir en un mundo donde los valores brillan por su ausencia. En un mundo en el que o te haces fuerte o te pisan. Un mundo en el que tienes que aparentar ser lo que no eres porque siempre habrá alguien que critique, siempre habrá alguien a quien falles, siempre habrá alguien que sacará defectos. Siempre… Y lo que hago es apartarme, es cambiar. Me dicen a veces, que ya no soy la que era, que he cambiado, pero no… No he cambiado, sólo con las personas que no me aportan ningún tipo de cualidad.
Sigo siendo la misma para aquellos que me conocen, sigo siendo la misma que era hace años, sigo teniendo las mismas ilusiones y las mismas esperanzas pero ahora, con cuidado de que no me hagan daño porque todos vamos aprendiendo de las experiencias. De aquello que nos rodea.

Hay días en los que todo me pesa, en los que veo que quedan muy pocas personas que merezcan la pena. Pero las hay, las tengo… y son aquellas de las que me rodeo, de mis amigas y amigos con los que paso grandes momentos  y con los que vivo todo intensamente, de mi madre que aunque me duela me dice las verdades porque es el papel que tiene que hacer conmigo, de  mi padre que de una manera más seria siempre me ha enseñado a darme a valer y de algunos escasos familiares.

A día de hoy, dentro de la propia familia, con quién puedes contar? Me siento muy decepcionada conmigo misma porque veo mucho sufrimiento y he confiado en que algo de lo que sucede fuera a cambiar, pero voy viendo también que cuando alguien se decepciona es porque da cabida a una esperanza de cambio. Un cambio que no llega y que no va a llegar. Hay veces que me gustaría hablar con todas las palabras, decir las cosas claras como muchas veces, las hablo con mi madre. Muchas veces, puedo discutir con mi madre… Pero es porque actúa como madre, porque nos decimos las verdades, unas verdades que no puedo hablar por aquí.
Me decepciona hasta llevar el apellido García. Me decepciona formar parte, incluso, de un entramado familiar del que no quiero saber absolutamente nada. Me siento como si no formara parte de esa red. Van saliendo más y más cosas y una se va enterando de ciertas barbaridades, incluso, ocurridas en el pasado que ahora salen a la luz… El propio nombre de mi madre, Luisa, un maldito nombre que lleva implícito el daño y el veneno que hace que recuerde en cada momento la división familiar y el entramado de mentiras que han ido saliendo poco a poco a la luz. Mentiras de las que aquí no puedo hablar pero que me comen por dentro. Esa muerte fue el desencadenante de no sólo la destrucción familiar, sino de la verdadera cara de más de una, dos o tres personas que llevan el apellido García.

Intento centrarme, intento expresar lo que tengo por dentro, pero yo misma deseo no parecerme nada a lo que voy sabiendo y viendo. De nada vale decir “te quiero” cuando ya te han dado la puñalada. De nada vale pedir perdón cuando el daño sigue siendo constante y no hay intención ninguna de cambio. De nada vale decir que mis abuelos, han dado grandes valores a sus hijos, cuando veo lo que veo… Valores? Qué clase de valores? La envidia, la conspiración, la independencia y la indiferencia? Esos son los valores? Son esos? Porque lo único que veo es que el daño está siempre presente… Siempre.
Se supone que es la familia en la que se puede confiar, pero es muy duro entender que tu propia familia es la que más daño te puede llegar a hacer. Y eso es algo que cuesta asimilar. De qué vale reunirse en Navidades o en celebraciones familiares cuando luego, no tienes ningún tipo de relación con esas personas que dicen ser tu familia? No hay que aparentar, ya no hace falta a estas alturas. Ya no hace falta interesarse cuando por dentro, realmente, te importa poco o nada.

Todo va cambiando y la familia y sus integrantes también lo hacen… Lo malo es que a medida, que todos cambian, yo también lo hago y con ello, voy siendo consciente de que las lágrimas recorren las mejillas de lo que me hubiera gustado que no hubiera cambiado o que en su defecto, no salieran a la luz, los lobos que habitan en muchas de las personas que nos rodean. Lobos que han mantenido ocultos durante años y que en más de una ocasión, salen para defender su territorio.
Y es lo que me duele, haber creído en personas que no son lo que eran y que ya no volverán porque se han perdido en el camino. Siguen teniendo el mismo nombre, la misma apariencia y hasta la misma mirada, pero tras esas personas, ya no queda nada de bondad.  Para mí sólo quedan lágrimas de ayer.