lunes, 28 de diciembre de 2020

A veces esperamos demasiado

Ha pasado todo un año ya… Un año completo, un año lleno de experiencias buenas y malas que me van formando tal y como soy ahora mismo. Somos el producto de nuestras vivencias y motivaciones. Y todo ello, además, influenciado por un aura de malestar y miedo debido a la situación que nos ha tocado vivir y de la que aún nos queda mucho camino.

Este año no ha sido bueno por las circunstancias, por el entorno, los miedos y la incertidumbre pero es que el anterior tampoco fue mucho mejor por vivencias personales que, obviamente, quedan en mi baúl.

Quizá, a veces, esperamos demasiado cuando el año comienza, pensamos que las fechas son las que marcan un comienzo y tenemos que ser conscientes de que cualquier cambio que queramos realizar tan sólo dependen de uno mismo, que da igual que sea 1 de Enero o 25 de Febrero porque lo que importa es la motivación con la que queremos hacer las cosas.

No digo que algunos momentos hayan sido difíciles pero sí que es verdad que a medida que los años pasan, todo empieza a pesar un poco más. A veces, tienes la sensación de que no vas a poder con todo, que la energía se agota, que los pensamientos van y vienen y que todo se hace cuesta arriba… Otras veces, en cambio, te sientes pleno y con fuerza para decir “aquí estoy” y sacas fuerza de donde sea, tanta que, a veces, te preguntas cómo lo puedes hacer. Y las personas que nos rodean son las que impulsan eso porque son ellos los que confían más en ti que tú misma.

Por todo lo que he vivido y que no puedo ni debo contar, me he dado cuenta de que sólo me quiero rodear de personas que merezcan la pena. Que muchas veces los seres humanos podemos llegar a ser realmente crueles, que existe el odio, la maldad y el rencor en muchas personas que conocemos y que nunca sabemos cómo pueden reaccionar llegado el momento. He tenido que vivir situaciones que desearía con toda mi alma borrar de mi cabeza pero siempre digo que de todo lo malo se puede sacar algo bueno y eso es que, ahora ya sé, lo que no quiero. Antes también lo sabía pero es ahora, cuando hay cosas por las que no cedería y no dejaría pasar determinadas situaciones porque una vez puede ser catalogado como error pero eso mismo repetido en el tiempo… No, eso ya no es un error, eso ya es una tomadura de pelo.

Ahora ya sé que los que conforman mi pequeño mundo y me aceptan tal y como soy, con mis virtudes y mis mil defectos, son los que quiero que estén ahí. Que es con el tiempo cuando se conoce a la gente y valoro mucho la confianza de aquellos que me brindan su mano desinteresadamente.

Ahora, tengo que reconocer que me cuesta mucho más confiar en los demás porque al igual que de todo se aprende… también de todo quedan secuelas emocionales. Tienes miedo a vivir de nuevo determinadas cosas, tienes miedo de las reacciones… Y te muestras más precavida, con pies de plomo porque es mejor sorprenderse que decepcionarse.

Este año he sentido demasiada incertidumbre que me ha hecho dudar de demasiadas cosas y no es que sea algo malo pero sí que cuando uno se pone en esa tesitura sólo ve las cosas de dos colores; negro o blanco, no existen matices intermedios. No hay sitio para otras hipótesis…

He recibido noticias de personas del pasado que me han hecho recordar cosas desagradables y recuerdos que tenía enterrados y que no me generan ningún tipo de beneficio. Personas que no ocupan sitio alguno más que en un mal recuerdo.

He sentido el pánico en primera persona, la desesperación ante lo desconocido, el miedo atroz ante la pérdida repentina de salud, el agobio ante mis propios pensamientos… Y me he dejado llevar por la situación sin tener en cuenta el razonamiento, sólo el instinto. Y es que no sabemos cómo reaccionaremos ante situaciones límite. Nuestra teoría y práctica serán muy diferentes cuando llegue el momento... Porque en realidad, no podemos tener todo bajo control por mucho que creamos que sí.

He experimentado mi rechazo ante personas a las que tengo que aceptar porque hay algo que nos une fuertemente, algo más que la sangre… Y me ha costado horrores y me sigue costando tener que callarme porque aunque los mejores reyes también son destronados, después hay que seguir respetándoles… Y eso me mata por dentro. Eso me corroe porque de su comportamiento y opiniones dependerán determinados escenarios ante los cuales nadie puede atreverse a opinar. Y por mucho que quiera cambiar algo… es resignarme o estamparme una y otra vez contra la misma pared.

He tenido que hacer favores ante peticiones familiares que de no haber sido por quién era no hubieran salido de mí… pero siempre hacemos cosas por personas que son nuestra debilidad. Personas que sin ellas, nada tendría sentido y que por otras, directamente ni haríamos. Y es que cada uno ocupa un lugar privilegiado o no en nuestra vida.

He mostrado sonrisas cuando por dentro estaba destrozada… Pero a veces es más fácil disimular que estás bien en vez de dar explicaciones porque, la gran mayoría de las veces, las personas que se interesan del entorno lo hacen para criticar y enterarse, o incluso alegrarse, que para preocuparse de verdad… En definitiva, puro cotilleo. En ocasiones, la gente necesita entretenerse con algo y lo más sorprendente es que ni siquiera son capaces de indagar en su propia vida, una vida donde también habría mucho que decir.

He pensado y mucho… de todo, de lo que pasé el año pasado, del futuro, del momento presente… de lo que puede ser, de lo que no fue… De lo que puede venir… Pienso en todo y me he dado cuenta de que no vale para nada porque nuestros planes, por mucho que lo intentemos, pueden sufrir un giro repentino, a veces porque uno ya no es el mismo y otras, porque nos damos cuenta de que el camino que teníamos marcado ya no nos satisface como antes pero tenemos la posibilidad siempre de realizar los cambios necesarios para adecuar nuestra vida a lo que esperamos de ella.

He deseado que las cosas fueran diferentes ante situaciones que no pensaba que iban a suceder, he dudado de mi porque la mente es débil… Y a veces no puedo controlar esos pensamientos que rondan y salen a la luz los días más nublados. Y no es que diga que pensar es malo… para nada, pero sí que es verdad que eso de pensar en algo que te aturde y darle vueltas y vueltas, sólo vale para entrar en un estado de ideas que hacen que aparte de entrar en un bucle interminable, acabemos pensando algo que nada tenía que ver con el comienzo. Y es que cuando alguien está con ideas pesimistas o negativas lo mejor es esperar a que llegue el día siguiente para ver con otra luz ese mismo pensamiento.

He criticado y he sentido envidia de por qué a otros sí y a mi no… Pero luego siempre tengo que recordar que la vida no es justa, que esa es la primera lección de vida que a todos nos deberían enseñar… Que existen clases sociales y su correspondiente trato.

He llorado por la angustia y el dolor… Y eso me ha consolado porque me he desahogado… Pero es que también me he sentido muy perdida, tremendamente perdida para después volverme a encontrar y es que hay que caerse y tocar fondo para poder hacer eso. Incluso eso también me ha servido para valorar lo que tengo. Y es que cuando estamos abajo nos damos cuenta de lo que necesitamos para volver al punto inicial.

He aguantado comentarios inapropiados de personas que se creen superiores sólo porque la persona que les acompaña tiene buenos ingresos económicos y es que el respeto lo da la educación no el dinero.

He conocido entornos que me enseñan algo nuevo cada día, que no juzgan y me valoran, que me hacen partícipe de sus vidas y que comparten lo más importante que me pueden dar que es su tiempo.

He tenido que hacerme la despistada por no decir la tonta porque era lo que se esperaba de mi y no podía mostrarme tal y como de verdad me sentía callándome y rabiando por dentro.

He mentido y mucho porque todos lo hacemos, lo que pasa que algunos lo reconocemos y otros, no.

He perdido los nervios más veces de las que me hubieran gustado pero a veces, la mochila se va llenando tanto que es necesario desprenderse de algunas cosas. Y no es que tenga carácter o sí, ya no lo sé… pero lo que sí sé es que, a veces ha sido necesario y es que cuando lo hago pueden salir de mi boca palabras que pueden hacer bastante daño y que luego hacen que me arrepienta. Pero esto es algo que sólo lo han visto aquellos con los que tengo plena confianza.

Pero si tengo que quedarme con algo bueno de este fatídico año… tengo que decir que he pasado grandes momentos y los sigo pasando donde la protagonista principal de mi vida es Elsa. Y junto a ella, las personas que me quieren acompañar en mi camino. Todas ellas, hasta día de hoy puedo decir que no me han fallado, que siguen estando ahí día tras día y eso, dadas las circunstancias actuales, es verdaderamente difícil. Y es que está claro, que somo seres sociales, que necesitamos relacionarnos y estar con los demás, pero mejor hacerlo con aquellos que sabemos que nos pueden hacer más bien que mal porque de malas personas ya está el mundo bastante lleno y yo, por desgracia, me he encontrado ya bastantes.

Ahora, es el momento de reflexionar y recapacitar sobre lo que uno quiere… no de cambiar o esperar algo diferente la noche del 31 de Diciembre al 1 de Enero porque yo seguiré siendo la misma, estaré rodeada de las mismas personas y mis motivaciones no cambiarán sino soy yo la que inicia el cambio.

 



 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

No quiero volver a sentir ese miedo

Este año ha sido diferente, demasiado diferente… Hay veces que estamos arriba y otras veces abajo. Hay momentos en los que creemos que podremos con todo y en cambio, otros, nos derrumbamos con nada, ya sea una mala palabra o una entonación diferente. Esto lo que hace ver es que no somos estables. Y no estoy afirmando que seamos inestables… No, porque no lo somos, sino que somos una mezcla de emociones que van y vienen y que no siempre tienen la misma nivelación. Si ya de por sí, en condiciones normales, pasa esto, la cosa se hace aún más intensa cuando ocurren sucesos que nos trastocan por completo. Pero lo que para mí es importante, para otra persona no tiene que serlo, o más bien no lo será.

Cada uno tenemos circunstancias diversas y cada persona dará un valor a una situación que nada tendrá que ver con la de otro porque tenemos vidas que difieren unas con otras. Y esto no quiere decir que una manera de afrontar una situación sea mejor que otra, sino que existen formas de vida y de sobrellevar las consecuencias emocionales.

Uno se cree que nada puede cambiar, que todo lo tiene controlado hasta que ocurre algo, de repente, que lo cambia absolutamente todo. De una seguridad inmensa podemos pasar en cuestión de segundos a un miedo atroz y estoy hablando de los que estamos alrededor de la persona que padece el cambio… por lo que para esa persona que lo está experimentando debe ser indescriptible. La salud, eso que valoramos cuando no lo tenemos o cuando está a punto de perderlo alguien muy cercano.

El hecho de pensar que puedes perder a alguien a quien quieres es horrible, es aterrador y saber los riesgos que puede tener, incluso, es aún mas devastador. Nos educan para ser fuertes, para aparentar pero cuando se trata de algo que duele, de algo que queremos… nos volvemos frágiles y fáciles de destruir.

Una noticia inesperada ante un suceso que se consideraba normal. Obligarle para que le vieran por si acaso… la edad no ayuda puesto que van saliendo algunos achaques. Pero hay que obligarle. No vale eso de “me encuentro mal y me voy a descansar” Y gracias a Dios o quién sea que exista ya, que no lo hizo, que no tomó esa decisión porque sino ahora mismo la realidad sería otra. Sería una maldita realidad en la que él estaría ausente.

Una llamada, un teléfono y unas palabras… Y de repente todo cambió… De repente el mundo se vino abajo. Se derrumbó. Ante el miedo, la incertidumbre, la desinformación… Y pierdes las formas. Te vuelves frágil como si de un jarrón de cristal se tratara y no atiendes a razones. Da igual lo que suceda porque ya todo lo demás te da igual. No sabes a quién acudir o sí… pero coges el teléfono y llamas a esa persona que sabes que necesitas. Y es curioso como el cerebro procesa la información centrándose en lo realmente importante. Y buscas quizá, comprensión en esa persona que sabes que va a estar. La eliges a ella porque sabes que va a responder, porque la consideras mucho más de lo que es, porque te ha visto llorar y pasarlo mal y porque tiene ese matiz de madre con esos consejos entonados de cariño. Pero de una forma u otra, desesperada llamas y encuentras respuesta. Hay personas que te calman, que te inspiran, que te dan paz… Tienen algo que las hace especiales porque forma parte de esa energía que desprenden.

Cuando las cosas surgen de repente, no se pueden planear y todo sale, no quiero decir que mal, pero peor de lo que podría salir si todo hubiera estado organizado. Ante sucesos dramáticos, reaccionamos de manera impulsiva, sin pensar, sólo nos dejamos guiar por instintos. Nos volvemos funcionales porque hay que actuar rápido.

Y temes por su vida, por no haber ido antes, por perderle, por cómo lo estará pasando si es que aún está con nosotros. Temes por tus propios pensamientos que surgen de forma abrupta y no puedes controlar. Quisieras parar de pensar pero no puedes… No puedes tampoco parar de llorar, de incluso, echarle de menos. Necesitas información porque el no tener nada de eso te genera aún más angustia y ansiedad. Y son momentos que revives en otras circunstancias… Los recuerdos olvidados vuelven a resurgir y eso hace que te sientas aún peor. No puedes controlar tu mente aunque lo intentas haciendo verdaderos esfuerzos.

Recuerdas otra vez, de nuevo… y te das cuenta que la vida cambia. Que los mayores miedos son que de repente, así, sin más, la vida se le termine. Que no haya nada más después de ese momento. Que no puedan hacer nada por él… Añadido al aguante personal y paciencia que tienes que tener con esas personas que están porque es lo que se espera pero que, en realidad, ni están ni van a estar. Siempre hacemos determinadas cosas por aquellos a los que queremos, incluso, en contra de nuestros propios principios… Nos convertimos en actores en un escenario complejo pero había que hacerlo y aparentar. No tenía ganas de hablar, no tenía ganas de contestar y menos aún de esperar algo…

Esos nervios que hacen que el corazón lata tan fuerte que parece que se vaya a salir de la boca… Esas miradas que denotan el miedo ante lo que un doctor pueda decir y encima peor aún si es con su propia jerga. Sólo quieres que todo haya ido bien, sólo quieres que tenga futuro vital y es ahí cuando entras a esa sala fría con un desconocido que te hablará y sabes que le tratará como uno más porque es su trabajo, ya no sabes si por vocación o porque el sueldo no está nada mal. Pero ya sea de una forma u otra, te intentas calmar ante los buenos presagios y quieres saber por qué… el motivo. Buscas razones que ahora mismo no pueden darte pero tú las quieres ya y ahora y sabes que no te debes comportar así, pero ya todo te da igual… Sólo quieres “vida”

Y es que sigues teniendo miedos, las horas próximas, la evolución, una llamada… y odias profundamente tener que ser tan intensa y emocional. Odias no ser más fuerte y derrumbarte a llorar constantemente porque el miedo te paraliza porque esto no estaba en los planes, porque nadie pensaba que a él le fuera a pasar y sobre todo porque se le pudo convencer para ir al hospital porque de lo contrario, sé que no estaría ahora mismo con nosotros, jugando con su nieta, con sus ganas de visitar Navafría y llevar comida a los gatos… Ahora mismo no estaría pensando en qué comer mañana o mirando cosas en la tableta… no estaría esperando a que terminara un partido de fútbol para decidir si quiere ver el resumen después en el caso de que gane el Madrid… no estaría aborreciendo ese lugar llamado Starbucks en el que no hay refrescos ni una cervecita… No se echaría sus siestas ni se pondría sus documentales… No se tomaría esas galletas de chocolate, ni sus horchatas…

Si lo hubiera dejado pasar como otras cosas en la vida… ahora la historia no sería la misma. Y es por eso, por lo que puedo decir que este año el mayor miedo que he tenido ha sido perderle a él, ha sido pensar que podría irse… Me he dado cuenta de lo frágiles que somos, de que la vida se puede ir de la noche a la mañana, de que no valoramos las cosas y el dinero sólo es un medio de vida… que no compartimos los sentimientos y no decimos los “te quiero” suficientes, que no hay momentos perfectos sólo momentos en los que nos sentimos plenos, que tenemos que vivir aún equivocándonos… que en esta vida todo vale mientras a nosotros nos haga felices porque de repente un día, sin previo aviso, todo se va…

Y no quiero volver a sentir ese miedo de poder perderle a él… de perder a mi padre.



 

 

 

jueves, 29 de octubre de 2020

Todo cambia para bien o para mal

Hay días complejos, días difíciles, días en los que sabemos que nos iremos a la cama y que a la mañana siguiente todo mejorará porque depende de uno mismo. Son situaciones que podemos controlar, que sabemos gestionar y a las que, al fin y al cabo, estamos acostumbrados. Es lógico tener días buenos y malos, es normal sentir un abanico de emociones a lo largo de la jornada vital pero a pesar de tener un mal día… la actitud es lo que hace que unos sientan la vida de una forma positiva y otros, negativa. La misma vida, el mismo momento…

Se supone que tenemos habilidades cognitivas para hacer frente a las diversas situaciones que se nos presentan. Que somos nosotros los que podemos gestionar las dificultades, que tenemos el apoyo de los que nos rodean para hacer más llevadero el momento… pero esto no siempre es así, no es cierto eso de que uno se podrá acostar y al día siguiente la situación cambiará o en su defecto, experimentará una pequeña mejoría. Hay veces que la vida se vuelve en contra de uno mismo. Que entra en un bucle constante del que parece que no existe salida.

Todo con el paso del tiempo se normaliza, se interioriza para tratar esos días malos y esas sensaciones como lógicas y hasta, en las nuevas generaciones como innatas. Me niego a resignarme que lo que nos espera son días llenos de altibajos donde hay veces que uno ve un haz de esperanza y otros, en los que los peores pensamientos de desesperanza rondan la cabeza. Para unos obsesivos, para otros, ilusos. Da igual porque habrá personas comprometidas, luchadoras y responsables pero también, existirán personas inconscientes y alocadas. 

Todas son parte de la sociedad. Una sociedad de la que, por desgracia, me avergüenzo. Una sociedad donde el individualismo impera por encima del bien común. Donde el "yo tengo más y llegaré más lejos que tú" para aparentar aunque luego en realidad no tenga para apenas llegar a fin de mes. Una sociedad donde los valores de superación y prepotencia están más presentes que los de humildad y sinceridad.

Una sociedad, que en estos meses ha sacado lo mejor pero también, lo peor de uno mismo. Y lo cierto, es que hasta que uno no se encuentra en una situación límite no sabe cómo va a reaccionar. Todos pensamos que las mayores desgracias son para los demás, que a nosotros nunca nos tocará porque tenemos algo que nos hace diferentes. Pero la realidad nos ha enseñado a entender, si se puede decir así, que nadie está exento de nada. Que las torres más altas también caen y que nada es para siempre, que nada de lo que hoy tengas puede ser que lo tengas también mañana.

Y es que cada uno de nosotros tomados de forma individual tenemos sensaciones, emociones y sentimientos diferentes. Pero cuando nos juntan y formamos parte de esa masa, al final nos volvemos uno. Y lo cierto, es que me gustaría tener una varita mágica con la que poder parar determinados pensamientos que surgen por mi cabeza. 

Hay veces que hay que ser muy fuerte para aguantar lo que llevamos y lo que nos queda. Hay días en los que la vida se convierte en un bucle de miedos constantes y que se retroalimenta con la desesperación de lo que otros te cuentan y donde, sin querer, te embarcas en un camino de pánico que a fin de cuentas, no te lleva a ningún lugar.

Y es, en esos momentos, donde hay que tener la cabeza fría, si es que uno puede hacerlo, para gestionar y controlar dichos pensamientos. Miedo, quizá al futuro. Temor al día de mañana. Incertidumbre ante el día a día.

Nos enseñaron de pequeños a tener ilusiones, expectativas y muchas inquietudes. Con el paso de los años, somos conscientes de la barbaridad de cuentos e historias imposibles que existen y que nos montamos en la cabeza. La realidad es la que luego nos pone en el lugar adecuado y muchas veces, incluso en situaciones en las que jamás nos veríamos inmersos. Pero la vida es así, la vida es seguir avanzando. Y como en todo camino, las suelas de los zapatos se desgastan y hay que, en ocasiones, parar un poco e incluso, cambiar de suelas para proseguir o lo que sería lo mismo, intentar adoptar actitudes que nos levanten la moral y el ánimo en esos días grises e intentar evitar que con el paso de las horas se conviertan en días negros.

Pero a pesar de todo, aunque uno piense que nada va a cambiar… cualquier cosa lo hace, ya sea para bien o para mal pero todo, absolutamente todo, se modifica. Y nuestro estado de ánimo también. Intentamos ser fuertes pero ya no sé si es hartazgo, desesperanza, fatiga o no sé cómo llamarlo pero es algo que está ahí y que ya nos ha cambiado a cada uno de nosotros. Ya no somos los mismos que éramos hace meses y esa transformación es ley de vida porque se trata de la capacidad que tiene el ser humano para adaptarse a las nuevas situaciones que se le presentan en la vida. Habrá personas que se resistan y otras, que se dejen llevar pero todas, independientemente de cómo se lo tomen, forman parte de la sociedad y como tal, deben aceptar y acatar la realidad en la que se encuentran.

No está siendo fácil resistir porque el mayor miedo que todos tenemos es perder aquello a lo que más queremos. Y aquí es cuando uno debe pensar qué supone eso para actuar con responsabilidad.

Que se nos olvida que la vida es un préstamo temporal. Algo que no va a volver jamás… Que lo vivido se convierte en recuerdo… Que lo experimentado en lección… Y que los daños emocionales no son más que vivencias para constatar que estamos aquí… Que nuestras acciones tienen consecuencias y nuestra libertad no acaba donde yo quiero que acabe... Que nadie es menos por respetar ni por mostrarse vulnerable… Que nadie tiene el derecho de humillar ni de menospreciar porque la vida misma puede hacer que todo se vuelva en contra en algún momento… Que todos tenemos miedos y quien lo niegue, miente… Que mentimos y mucho, por no mostrarnos tal y cómo somos… Que decimos que nos va mejor de lo que nos va para evitar preguntas incómodas… Que todo el mundo tiene problemas pero algunos saben esconderlos mejor que otros… Que siempre queremos lo que no tenemos y no por eso, somos envidiosos… Que criticamos y nos interesamos más por la vida de los demás para evadirnos de la nuestra… Que cuando estamos hartos de algo, tenemos la capacidad de desconectar y pasar a otro tema… Que todos hablamos, algunos sabiendo y otros, sólo opinando pero nos estamos comunicando… Que la vida es eso… Que formamos parte de una sociedad, a veces cruel, dañina y sin escrúpulos pero por otro lado también, resignada y dañada y quizá, es que muchos individuos de ese conjunto, se sientan ya perdidos.

De una forma u otra, está claro de que al igual que se han transformado los hábitos, también lo estamos haciendo nosotros, sino lo hemos hecho ya. 

Y es que lo que hace que nuestros pensamientos vuelvan a resurgir con esperanza es precisamente, pensar en aquello en lo que más queremos y yo tengo claro, a pesar de esos momentos o días de pensamientos grisáceos, que es lo que me impulsa cada día para seguir avanzando.