domingo, 29 de marzo de 2020

Ya no quedará nada


Yo creo que ninguno de nosotros podemos decir que hemos llevado una vida modélica. Siempre tenemos algo que hace que no seamos ejemplo de nada porque somos personas que nos dejamos llevar por las circunstancias y a veces, incluso, influenciados por los sentimientos que no siempre tienden a ser adecuados en según qué momentos. La  vida nos va enseñando que sí y que no. La vida es la que hace que tengamos que tomar decisiones tanto precipitadas como bien meditadas. No se trata de tomar el camino correcto, sino de tomar un camino y no siempre uno es conocedor del resultado, pero lo que está claro que si uno lo ha tomado es porque en su momento consideraba que era el que mejor papeletas presentaba.

La verdad es que siempre la he considerado una persona ajena porque nadie iba a sustituir su puesto, pero es que nadie me dijo que lo fuera a hacer. Pero así somos, muchísimas veces, crueles con los demás. No nos paramos a pensar en la felicidad de la otra persona, en el motivo que hace que alguien quiera estar con otro alguien. Juzgamos y después ya criticamos. Pero me doy cuenta ahora de que no es justo y no he sido justa, todo este tiempo atrás. La familia no es sólo de sangre, no son sólo unos apellidos ni tan siquiera una obligación de querer y de estar. La familia al final, son las personas que se van uniendo a lo largo del tiempo vital de cada uno de nosotros. Un hombre que rehace su vida con otra mujer, preciosa, eso sí, impecable donde las haya y también presumida. Se casa de nuevo tras un tiempo de luto demasiado corto por el fallecimiento de su mujer, la que hubiera sido mi abuela. Y nadie lo logra entender. Trece años de diferencia entre ellos y él con  hijos a sus espaldas… Somos injustos pero es que la rabia y la resignación de todavía no haber aceptado determinas vivencias es la responsable de que salgan a la luz emociones como el rechazo y el distanciamiento. Luego todo se perdona porque la sangre nos hace olvidar en momentos difíciles cómo tenemos que actuar. Todo se olvida… y las relaciones familiares hacen que fluyan y se la trate como a una más.

Todo quedó atrás pero los que estamos aquí lo sabemos y hemos sentido el dolor que supuso todo aquello. Esa mujer que un día lo fue todo para mi abuelo y que estuvo hasta el final de sus días… una mujer que no sé si la gustaban los niños porque siempre que me quedaba con ella me cuidaba su hermana Encarna. Una mujer que se mostraba arreglada, sonriente y muy cercana pero yo no sabía las horas que se tiraba para maquillarse. Una mujer que era diabética y que tenía algunas subidas y bajadas de azúcar lo que suponía estar pendiente de ella y que daba gracias a todos los que nos preocupábamos de ella pero yo no sabía si era una simple manera de agradecimiento. Una mujer que siempre se alegraba cuando fue más mayor y la visitaba en la residencia y me decía mil veces “te quiero” y yo no era capaz de responderla porque la verdad yo no sabía si tan siquiera la quería también porque no era mi abuela.

Una mujer que ha muerto presa del coronavirus, sola y triste en una residencia de ancianos y es ahora, cuando por desgracia, me doy cuenta de cuánto me he equivocado con ella. Que no era mi abuela, lo tenía bastante claro y que ella jamás hizo nada por quitarle el puesto a nadie pero es que quizá tampoco vi en ella ese cariño que yo necesitaba para sentirme apreciada. Que es ahora cuando soy consciente de que mis propios valores familiares se me han caído totalmente, que mi vida se ha trastocado con la situación personal en la que me hallo y que cuando alguien aparece para añadirse a tu vida, lo hace con el fin de mejorar pero no con el objetivo de sustituir a nadie. Todos tenemos un papel, un rol familiar y lo que importa es la felicidad que esa persona añada a tu vida, independientemente del momento. Es ahora, cuando soy consciente de ello…

Y me entristece pensar que ha muerto así, que su cuerpo se encuentra en el Palacio de Hielo con otros tantos…  no sé si identificados o no. Que no existirá una despedida, un adiós o un simple velatorio donde se pueda llorar por ella. Ya no habrá una próxima vez para verla en la residencia… Ya no quedarán llamadas telefónicas para poder hablar con ella, no habrá un mañana donde poder cogerla de la mano.

Y es ahora, cuando recuerdo como me contaba historias de mi abuelo cuando ella se quedó viuda de él… recuerdo las fotos que me enseñaba de mi abuelo y sus hijos y me comentaba de cuándo eran jóvenes… también canciones que me entonaba… me enseñaba escritos de mi abuelo y de cuando me quedaba en su casa y me dejaba poner siempre el canal que quería… recuerdo que jamás tenía un mal tono o una palabra inadecuada conmigo… que nunca se enfadaba y siempre me sonreía… que nunca la molestaba que fuera a verla y que daba igual cuando fuera porque ella estaba siempre preciosa. Recuerdo que siempre quería escucharme y bailar en su salón aquellos pasos de fin de curso que estaba ensayando, diciéndome siempre lo bien que lo hacía…

Recuerdo tantas cosas y es que es ahora, cuando me doy cuenta de que sí que la quería… a pesar de no ser mi abuela.




sábado, 21 de marzo de 2020

Si la vida me lo permite


Cuántas veces hemos pensado en el día de mañana? En las cosas que tenemos pendientes? En los amigos que hace tanto tiempo que no vemos? Nos agobiamos, nos ponemos metas, nos genera en algunos casos angustia porque no damos más de sí… e incluso, todo eso acaba pasando factura. 
Nos volvemos menos emocionales, más inmediatos porque es lo mejor, porque así somos como el resto… Porque no está bien destacar en aquellas esferas en las que uno puede demostrar vulnerabilidad. Uno tiene que aparentar ser fuerte y decidido aunque por dentro sea todo lo contrario.


Y de repente, llega un día en el que todo eso ya no cobra importancia, en el que tenemos tiempo para todo, para aburrirnos, para hablar con los nuestros y lo peor de todo… para pensar. Sí, para pensar porque creo realmente que la sociedad de hoy nos ha quitado la posibilidad de pensar y ahora es cuando, podemos reflexionar un poco sobre qué es lo que uno quiere o no quiere. 
Ahora es cuando, en mi caso, puedo contestar a la pregunta de sí he sido o soy feliz en la vida. Ahora, puedo entender más claramente muchas cosas que antes no lograba vislumbrar.


Mentiría si dijera que no tengo miedo… miedo a no poder volver a sonreír a los míos, a dar un beso o un abrazo, miedo a no reírme ante un chiste malo, miedo a no tomarme un café y quemarme en el primer sorbo, miedo a no leer un libro de  Elsa Punset,  Jorge Bucay o Albert Espinosa, miedo de no cenar en Vips, Foster o Ginos, miedo a no ver mi película de “La vida es bella” , miedo de no recuperar mis costumbres… pero también tengo miedo a no tener la posibilidad de equivocarme de nuevo, de cometer nuevos errores con personas, de perdonar y de pedir perdón. Miedo a no conocer a nuevas amistades que aparecerán en mi vida, a discutir con aquellos que ya están, a dar cabida a la incertidumbre de no saber en ocasiones qué hacer con mi vida. Miedo a no volver a sentir el amor, el desamor y el odio, de no intentar, de no darme por vencida, de sentir rabia, obsesión o falta de decisión. 
Miedo, al fin y al cabo, de no poder seguir viviendo y no cumplir más años.


Y podría confesar que en muchos momentos de mi vida he sentido ese miedo que te paraliza, que te derrumba. Todos lo hemos experimentado, lo hemos sentido, ya sea por el miedo a perder a un ser querido, a un amor, a un amigo e incluso a un desamor en algún que otro caso. Pero todos, absolutamente todos, sabemos lo que es. Y precisamente por eso, intento que las propias emociones no puedan conmigo y con los míos. 

Intentas ser racional, no dejarte llevar por esas asquerosas emociones que muchas veces me gustaría eliminar pero por mucho que lo intente, da igual porque no lo consigo. Cuántas veces hemos aparentado algo que no somos? Interpretamos un papel para que parezca que somos más fuertes de lo que realmente somos para luego cada uno en nuestras casas mostrarnos de verdad. Abatidos, decaídos, con la incertidumbre de no saber si habrá un día de mañana, con el miedo de que nos toque y rogando que salgamos de esto…


Y también es en situaciones límite cuando aprecias y valoras a los que son humildes, a los que dan y están, a los que tienen el mismo miedo que yo y lo comparten y entienden, a los que están día tras día y te devuelven la moral. Pero de la misma manera, también he visto como el egoísmo de algunos sale a la luz. He visto que algunos seres humanos hacen lo que sea para sobrevivir y se comportan como animales salvajes dejando de lado la empatía y sintiendo vergüenza de que hayan formado parte de mi círculo más cercano. Eso también lo he visto… Una vez más, como dijo Hobbes… El hombre es un lobo para el hombre.


Y es que ante esta situación, no podemos dejar de parar de pensar en todo aquello que hemos hecho o dejado de hacer pero lo que está claro, es que sí que hay que pensar en todo aquello que queremos hacer… porque si a día de hoy me preguntaran si he sido feliz y he vivido de verdad… Mi respuesta sería rotunda. Un sí. He vivido tal y como he querido siempre… que ha sido de forma intensa, equivocándome muchísimas veces pero no quedándome con la duda de que hubiera pasado, he hecho siempre todo aquello que me apetecía y emocionalmente he sido muy visceral. Me he derrumbado y me he estampado sin frenos ante una pared pero es que a eso, realmente, se le llama vivir. 


Y quiero que los míos lo puedan ver y yo seguir, si la vida me lo permite, haciéndolo.